Invertir en investigación de calidad es invertir en calidad asistencial. Dr. Jorge de Vicente Guijarro, doctor en Medicina. Miembro del Comité Científico de la Fundación Economía y Salud.

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Invertir en investigación de calidad es invertir en calidad asistencial. Dr. Jorge de Vicente Guijarro, doctor en Medicina. Miembro del Comité Científico de la Fundación Economía y Salud.

17/05/2023.- Según datos de la Comisión Europea, el Programa de trabajo de Horizonte Europa para el periodo 2023-2024 supondrá la inversión de 13.500 millones de euros en Investigación e Innovación. Esta iniciativa se encuentra en consonancia con otras también impulsadas por la Unión Europea como InvestEUUE4Health 2021-2027. Todas ellas, en su conjunto, pretenden complementar las iniciativas de los Estados miembros en materia de Ciencia e Innovación para mejorar la salud global y el acceso y funcionamiento de los diferentes sistemas sanitarios.

La importancia de la Ciencia e Investigación para el progreso social es incuestionable, pero ¿Cuál es su principal impacto en el campo de la Gestión Sanitaria?

La influencia de la investigación en materia de planificación y gestión sanitaria es muy importante o, al menos, debería serlo en la mayoría de sus ámbitos. Prueba de ello es que la investigación, sin limitarse únicamente al ámbito académico, supone una herramienta primordial para poder desarrollar modelos sanitarios no solo efectivos y seguros, sino también fiables y eficientes. El surgimiento de campos de investigación como la Economía de la Salud, la Farmacoeconomía, la Evaluación de Tecnologías Sanitarias, la Seguridad del Paciente o la Adecuación Sanitaria puede considerarse un hecho lógico y probable de una especialización técnica creciente, pero también constituye un éxito social en la búsqueda de alcanzar sistemas más justos, equitativos y resilientes.

En ese sentido, solo mediante la investigación somos capaces de generar evidencia científica de calidad que nos permita decidir y justificar muchas de las actuaciones desarrolladas en materia de salud. Tanto es así que, desde hace ya varias décadas, muchas de las principales recomendaciones basadas en la evidencia, para alcanzar un mayor nivel de eficiencia en el sistema sanitario, se han convertido en axiomas de difícil discusión. En esa línea, la adopción de prácticas y procedimientos que se hayan demostrado efectivos, la desinversión de aquellos otros que impliquen más riesgos que beneficios y la desprescripción de medicamentos injustificados son líneas de actuación apoyadas de manera unánime por las principales autoridades sanitarias.

Sin embargo, habrá momentos en los que la evidencia será limitada ¿Cómo encaja esto dentro de la Gestión Sanitaria.

Estas situaciones son muy frecuentes y, como consecuencia, muchas decisiones tendrán que tomarse en escenarios de una alta incertidumbre. La falta de evidencia debe tratarse con cautela y, sin duda, debemos tener siempre presente el principio de precaución. No obstante, esto no debe suponer un obstáculo para pasar a la acción, especialmente en situaciones de emergencia o en escenarios en los que el factor tiempo pueda resultar determinante. La reciente pandemia por COVID-19, especialmente a lo largo de su primera ola, constituye un claro ejemplo de ello, pues se tomaron muchas decisiones en materia de salud pública a partir de una información escasa y una evidencia limitada.

Así pues, la posible falta de evidencia científica también debe ser relativizada y planteada desde una perspectiva más amplia. No cabe duda de que el análisis del balance beneficio-riesgo supone una dimensión fundamental para una correcta toma de decisiones, pero no siempre necesitará apoyarse sobre una evidencia contrastada. Existe un artículo científico publicado en la prestigiosa revista internacional BMJ (anteriormente The British Medical Journal) que ejemplifica de manera clara e ilustrativa esta situación. Se trata de Parachute use to prevent death and major trauma related to gravitational challenge: systematic review of randomised controlled trials, cuyos autores fueron Gordon C. S. Smith y Jill P. Pell. En el mismo, realizaron una revisión sistemática de ensayos clínicos aleatorizados para analizar cuál es el grado de evidencia sobre el que se apoya la asunción de que el uso de un paracaídas protege de un traumatismo mayor tras un salto de altura. Lógicamente, no hallaron ningún estudio que aleatorizase esta situación, pues no se habían registrado saltos voluntarios sin paracaídas. La ausencia de trabajos experimentales conlleva un bajo nivel de evidencia científica y, sin embargo, nadie tiene duda de que el paracaídas supone un elemento de protección imprescindible. Mediante ejemplos como este, es fácil explicar por qué determinadas prácticas y decisiones sanitarias pueden basarse en recomendaciones fuertes, pese a que el nivel de evidencia en el que sustentan sea bajo. En este contexto, la Evaluación de Tecnologías Sanitarias, mediante metodologías como el Sistema Grade of Recommendation, Assessment, Development, and Evaluation (GRADE), aporta un gran valor adicional para poder realizar una correcta transferencia de la evidencia científica disponible a la toma de decisiones en la práctica real.

De hecho, escenarios como este se encuentran detrás de determinadas políticas en materia de salud pública y planificación sanitaria que pueden tener un alcance poblacional. Por ejemplo, puede que no exista evidencia científica que demuestre el beneficio de la prohibición del tabaco en espacios públicos cerrados, o de la reducción de otros carcinógenos de presencia ambiental; sin embargo, resulta razonable pensar que, de manera general, la salud poblacional resultará favorecida mediante medidas de intervención que consigan reducir estos agentes de exposición.

Si la primera pregunta era cómo influye la investigación en la Gestión, también es interesante la opuesta ¿Qué papel debe desempeñar la Gestión Sanitaria en la Investigación?

Lo ideal es que sea una interacción sinérgica y complementaria. Si la investigación supone grandes beneficios para la planificación y gestión sanitaria, entonces, parece coherente que las propias instituciones inviertan en materia de Ciencia e Innovación.

Con ello, debe promoverse la investigación sanitaria en todos sus niveles. Por un lado, debe asegurarse que los profesionales sanitarios puedan destinar parte de su tiempo laboral a realizar estudios clínicos que aporten un valor añadido tanto para el paciente como para el conjunto de la sociedad. Para ello, deben tener acceso a las mejores fuentes de evidencia científica y a las herramientas digitales pertinentes, así como a soporte técnico y legal en materia de innovación. Por otro lado, los Servicios de Salud también tienen la posibilidad de crear entidades u organismos especializados capaces de canalizar y acelerar los diferentes procesos asociados. Ejemplos de ello son los Institutos de Investigación Sanitaria o las Agencias de Evaluación que, a su vez, pueden beneficiarse del desarrollo de redes de trabajo que permitan el desempeño de actividades coordinadas en la persecución de unos objetivos comunes.

También debe destacarse que, aunque toda evidencia científica, si es de calidad, tiene un valor intrínseco innegable, el beneficio aportado será siempre mayor cuanto más riguroso sea su diseño y más relevantes sean sus objetivos. En ese sentido, es fundamental que los trabajos desarrollados ofrezcan respuestas precisas a problemas reales, actuales y prioritarios. Si todo ello se cumple, no cabe duda de que invertir en investigación de calidad es invertir en calidad asistencial.

En su conjunto, un Servicio de Salud que cuente con una alta producción científica, aunque sea en términos relativos, partirá con muchas ventajas respecto a sus posibles competidores: 1) Contará con una masa de profesionales más críticos y preparados, que también poseerán una mayor capacidad formativa tanto en términos asistenciales como puramente académicos; 2) Dispondrá de un mapa de situación mucho más fiable y completo, lo que le permitirá monitorizar sus indicadores con mayor precisión; 3) Gozará de un mejor posicionamiento y de una mayor visibilidad institucional, copando altos puestos dentro de los índices de prestigio y de reputación sanitaria; 4) Consecuentemente, ejercerá una gran fuerza de atracción y retención del talento, por trasladar a sus profesionales una política diferencial en su apuesta por el compromiso y por la búsqueda de la excelencia.

¿Qué otras formas de interacción pueden existir entre la Gestión y la Investigación Sanitaria?

Todavía no hemos tratado una vertiente muy importante. Si bien, en la pregunta anterior, comentábamos que la Planificación y Gestión Sanitaria debe fomentar e impulsar la investigación, ahora es cada vez más importante que esta adquiera también un papel protagonista dentro de la producción científica. Es decir, que no actúe solo como un elemento canalizador, sino que también desarrolle sus propios estudios de interés.

Actualmente, la investigación relacionada con la Gestión Sanitaria ocupa una posición menor respecto a otros ámbitos clínicos asistenciales. Si nos fijamos en la información publicada por la clasificación de Journal Citation Reports (JCR), puede observarse que el número de revistas internacionales indexadas en la categoría de Health Care Sciences & Services, así como los valores de Factor de Impacto asociados, son considerablemente inferiores a los de otras disciplinas biomédicas. Este hecho seguramente tenga una explicación multifactorial, pues es evidente que la investigación en Servicios de Salud no posee las mismas fuentes de financiación ni la misma dimensión de plantilla que otras áreas de interés. No obstante, aunque no se pretenda igualar sus objetivos ni sus resultados, puede asumirse que existe un interesante margen de mejora en materia de Investigación en Gestión Sanitaria.

Para impulsar esta área, es fundamental adquirir una mayor presencia y reconocimiento en el ámbito universitario español. En nuestro país, determinadas instituciones han impulsado, en los últimos años, nuevos programas de Doctorado relacionados con la Planificación y Gestión Sanitaria, pero su existencia todavía puede considerarse testimonial. En otros países, principalmente anglosajones, estos planes académicos sí se encuentran más extendidos e, incluso, se posicionan como el siguiente escalón lógico al que acceder tras la obtención de un título de Máster en Gestión Sanitaria.

Por otro lado, el mayor desarrollo de este campo de investigación puede y debe tratar objetivos de diversa índole y de una relevancia indiscutible, como el análisis de la efectividad de determinadas intervenciones en materia de Planificación Sanitaria, de la implantación de nuevas herramientas digitales de gestión, o de estudios cualitativos sobre la satisfacción del paciente y el grado de calidad asistencial percibida.

Por último, cabe destacar que la investigación en este campo puede considerarse como un elemento adicional de capacitación que, además, se encuentra completamente alineado con la profesionalización y la necesidad de generar expertos en materia de Planificación y Gestión Sanitaria. En definitiva, Investigación y Gestión deben constituir un binomio inseparable.

Jorge de Vicente